siempre lo llevaba a mano, aunque hiciera un sol radiante. “puede aparecer un nubarrón en cualquier momento” se decía a sí mismo, y por eso iba con el paraguas a todas partes, como una prolongación de su propio cuerpo, un apéndice más. tuvo que prescindir de algunas cosas en su vida, como de aquella chica que se clavó una varilla en el ojo mientras se besaban, o aquellos amigos que dejaron de jugar al basket con él porque les parecía ridículo tratar de encestar la pelota con el paraguas en la mano. no le importaba prescindir de cosas con tal de no mojarse nunca, de no pisar barros, hasta que un día no se sintió del todo feliz. mientras caminaba solo por la calle, sin dirección concreta, sintió una lágrima, resbalando por el rostro, y comprendió que no existía paraguas que pudiera impermeabilizarle contra eso...
A veces se nos antoja que algo es imprescindible, que no podemos vivir sin eso, y que nos protegerá de todo...
ResponderEliminarBonito cuento. Parece una fábula. La moraleja podría ser: Lo mejor es tener fé en uno mismo.
Aunque tu
ResponderEliminarme has dejado en el abandono
aunque ya
se han muerto todas mis ilusiones.
En vez de despedirme
con justo encono
en mis sueños te colmo
en mis sueños te colmo
de bendiciones.
Sufro la inmensa pena de tu extravio
lloro el dolor profundo
de tu partida
y lloro sin que sepas
que el llanto mio
tiene lagrimas negras
tiene lagrimas negras
como mi vida.
(has mencionado lágrimas y ya me ha salido sola la cancioncilla...)
Me ha gustado tu fábula.
ResponderEliminarAveces nos parece imprescindible algo que es perfectamente prescindible. Un gusto leerte. besos
anamorgana
... y mi corazón te arrullará como un paraguas... ;-)
ResponderEliminarme encantó.breve corto bueno claro fuiste al grano!!
ResponderEliminar¡Qué fabula maravillosa! ¡cuántos paraguas utilicé! Tocada y hundidaaaaaaaaaaa.
ResponderEliminarMe he dado un paseillo por tus cuentos.
ResponderEliminarYo todos los paragüas que me compro los pierdo, he probado grandes, de bolsillo, incluso uno con puño de cabeza de pato. Nada, eso debe de querer decir algo.
Y si no da igual, que bonita historia la del hombre y su paragüas.
En la ciudad en la que yo vivo ya me acostumbré a mojarme de lo lindo.
Yo odio el paraguas. Porque siempre me lo dejo en casa cuando llueve. Y porque cuando lo cojo hace un día soleado. Y porque me cuesta cargar con él. Porque nunca sé con qué mano cogerlo. Porque me canso, por que yo qué sé qué. Prefiero mojarme. Abrigo con capucha, ¡y a tirar millas! Que si se moja, ya se secará. Al fin y al cabo, estoy calada hasta los huesos ya...
ResponderEliminarEso es lo malo, sabes que si no llevas paraguas te calaras hasta los huesos, pero aún así lo haces.
ResponderEliminarSe que ya de entrada estoy perdida, nunca he sabido permeabilizarme.